Friday, July 31, 2020

EL BIZANTINISMO EN LA PINTURA GÓTICA ITALIANA. Un Icono De Virgen Con Niño De Filippo Rusuti, Siglo XIII

Uno de los iconos más apreciados por los romanos, La Virgen de San Luca o de Santa María del Popolo, permanece expuesta en la Biblioteca del Museo Nacional de Castel Sant'Angelo hasta el 18 de noviembre de este año 2018. Esta es una de las vírgenes más veneradas en Roma al considerar que hace milagros sobre la salud y al presidir el altar mayor de esta iglesia.

La imagen es pequeña y humilde, sobrevolando sobre el ampuloso marco arquitectónico barroco, pero magnética.


Gracias a la espectacular restauración a la que ha sido sometida la tabla ha desvelado un fragmento de la firma de Filippo Rusuti, uno de los principales pintores y artistas del mosaico que trabajaron en Roma a finales del siglo XIII.


Esta tabla me sirve como excusa para reivindicar la pintura bizantinista en el gótico italiano. La obra es un magnífico ejemplo de este estilo del Duocento que, a menudo, ha sido tratado muy injustamente por la Historia del Arte, que lo ha postergado, cuando no denostado, para ensalzar la obra de los protorrenacentistas del Trecento como Giotto.

Veamos la obra.

Hasta hace unos pocos meses la obra se atribuía a un supuesto Maestro de San Saba, por similitudes estilísticas con los frescos de esa iglesia romana. Una restauración, que comenzó en 2017, utilizó la última tecnología para analizar la pintura del panel. Así fue como se descubrió la firma previamente invisible del artista.

Recuperación parcial de la firma del artista en letras mayúsculas góticas '(PHILIP)PUS RU(S)UTI PINX(IT)' sobre el marco pictórico superior.



El icono es de estilo bizantino. Muestra la imagen de una Virgen como madre de Dios Niño (Madonna o Theotokos) con le sostiene con su brazo izquierdo mientras que con el otro le presenta. El niño está rígidamente erguido, completamente vestido y bendiciendo. Sus características iconográfícas son las de la tradicional virgen Odigitria (Ὁδηγήτρια"la que muestra el camino, la verdad"). Su interpretación teológica es que la Virgen muestra a la humanidad el camino para su salvación, que es su Hijo. La Virgen tiene en ambas manos un anillo, uno como novia de José y el otro como novia de la Iglesia, según la iconografía tradicional.

Filippo Rusuti. Virgen de San Luca o Madona con niño. Tres tablas de nogal. posiblemente de finales del siglo XIII.



La obra quizás está enriquecida por un patetismo diferente a las figuras típicas de la iconografía de la época. Se aprecia en ella el afecto familiar: la Madre vuelve la cabeza hacia su hijo, dirigiéndole una mirada llena de ternura, mientras que el Hijo pone su mano izquierda sobre la de la Madre, confirmando su apego. La obra, por lo tanto, a través de la vivacidad gestual muestra ese carácter de intimidad que busca la empatía del usuario, un lenguaje figurativo más humano y realista, incluso antes que las escuelas sienesa y florentina.


Aún así las figuras responden a estereotipos bizantinos en sus cánones humanos y vestimentas. Sus rasgos artísticos son también bizantinos: posturas rígidas, volúmenes y pliegues artificiales. El simbolismo dorado del fondo refuerza el espíritu del icono bizantino. También los colores de la vestimenta poseen un significado profundamente teológico. El color del manto azul ultramar de la virgen se identifica con la divinidad de su hijo. Mientras el niño Jesús viste los colores verde y naranja. El naranja representa la Verdad, el fuego del Espíritu Santo.

El pintor.

Filippo Rusuti fue, junto con Jacopo Torriti y Pietro Cavallini, uno de los principales pintores romanos del Duocento y comienzos del Trecento. Se le conocía mayormente porque firmó los mosaicos de la antigua fachada de la Basílica de Santa María la Mayor, hoy en día en gran parte oculta por la logia del siglo XVIII. Allí representó motivos típicamente bizantinos y románicos como un Cristo Pantocrátor en el trono, que podemos ver justo debajo.

Filippo Rusuti. Detalle del mosaico de la fachada medieval de Santa María la Mayor de Roma. La obra formó parte de la campaña para modernizar la basílica promovida por el papa franciscano Nicolás IV. Representa a un Cristo Pantocrátor rodeado de ángeles. Se puede datar la obra entre 1288 y 1297. La firma se encuentra en el borde inferior del clipeo que circunscribe la figura de la bendición de Cristo en el trono. La inscripción en letra dorada mayúsculas dice: "Philipp [us] Rusuti fecit hoc or [p] us".  Delante tenemos la loggia barroca de Fuga.


De su carrera artística se sabe que en su juventud también participó en la decoración con frescos de la basílica de San Francisco de Asis. Y que en la primera y segunda década del siglo XIV trabajó para el rey de Francia Felipe IV en el palaicio real de Poitiers (donde se le conoció como Philippus Bizuti)y para el papado en Avignon. Se le conocen las últimas obras en Nápoles, alrededor de 1319-20, donde participó junto a Pietro Cavallini en la decoración de frescos de la iglesia de Santa Maria Donnaregina y en la capilla Brancaccio de la iglesia de San Domenico.

Rusuti y Cavallini. Frescos del coro de la iglesia de Santa Maria Donnaregina, contrafachada es con el Apocalipsis, dividido en tres registros: a la izquierda el Paraíso, en el medio el Juicio Final y a la derecha el Infierno,



En definitiva, aunque se tienen pocos registros documentales de Rusuti y ni Lorenzo Ghiberti ni Giorgio Vasari prácticamente le nombraron en sus historias, debió ser indudablemente muy importante en su época, ya que:

  • - Participó en la decoración de los edificios más importantes llevados a cabo en la transición entre los siglos XIII al XIV, tanto en Italia como en Francia.
  • - Colaboró con los principales pintores de su época.
  • - En Francia llegó a tener gran consideración, puesto que se le dieron los nombres de "magister" y "pictor regis". Los escritos dicen que tuvo derecho a un salario anual de por vida, vestimenta adecuada para el papel desempeñado y una posición reconocida dentro de de la jerarquía real. Tal consideración constituye uno de los primeros reconocimientos de la figura del artista que nos dejó la Edad Media.
  • - Fue un maestro muy completo ya que dominó el fresco, la pintura sobre tabla y así como el  trabajo del mosaico.

El contexto romano del Duecento al Trecento pictórico.

La escuela romana de pintura entre los siglos XIII y XIV fue una de las corrientes más importantes activas en Italia y en Occidente en general. Allí coincidieron varios pintores de talento junto a Rusuti. El declive vino con el traslado de la sede pontificia a Avignon en 1309. Aún así esta escuela dio un impulso inestimable a la liberación de la pintura italiana del dominio de las formas bizantinas.

Pietro Cavallini (1240-1330). Es el más conocido de los pintores de esta época. Se formó en la tradición del arte bizantino, pero abandonó la estilización de aquel y buscó en el arte de la Antiguedad clásica su modelo. Se convirtió de este modo en el primer artista que plasmó las formas de la escultura clásica en el mosaico y la pintura. Después de pintar en Asis como Rusuti, en plena madurez realizó los mosaicos del ábside de Santa Maria in Transtevere (1291). En ellos fundió la pintura de la tradición local y del arte paleocristiano con las convenciones bizantinas mediante una ordenación y un ritmo claro de las figuras, así como expresando un inicio de perspectiva en los edificios del fondo.

Pietro Cavallini. Mosaicos del ábside de Santa Maria in Transtevere (1291)



Posteriormente, en el fresco del Juicio Final de Santa Cecilia in Transtevere (hacia 1293), sobre una composición donde todavía es patente la influencia bizantina o románica, aunque desarrolla una innovadora riqueza de empastes de color en las figuras de los ángeles y los apóstoles reunidos en torno a Cristo. El empleo dramático del color y la sencillez monumental es lo más imponente de las obras del artista que ha llegado hasta nosotros.

Pietro Cavallini. Juicio final (Parte.) Santa Cecilia en Trastevere




La obra de Cavallini que influyo poderosamente en la escuela Florentina, tuvo su madurez en las obras napolitanas de Santa Maria Donnaregina, Santa Maria de Aracoeli, Santo Domingo el Mayor y en la Catedral de Nápoles.

Pietro Cavallini. Frescos de la Iglesia de San Domenico Maggiore, Capilla Brancaccio, pared derecha. Historias de la Magdalena, Noli me tangere, 1308.




Jacopo Torriti. Su nombre aparece  en el mosaico del ábside de S. Giovanni de Letrán (1291) y además compuso el mosaico con la Coronación de la Virgen y escenas de la vida de la Virgen en el ábside de S. Maria Maggiore (1295). El esquema bizantino y en el estudio cuidadoso del naturalismo paleocristiano (giros de acanto en la parte superior) y el río, abajo, con aves, peces, botes y pescadores, que probablemente se refieren a un mosaico preexistente del siglo V, logra un nuevo efecto, especialmente basado en el color.

Jacopo Torriti. Mosaico con la Coronación de la Virgen y escenas de la vida de la Virgen en el ábside de S. Maria Maggiore (1295)



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Reseña: El Diablo En Invierno - Lisa Kleypas




Sinopsis
Para escapar de las garras de sus codiciosos parientes, Evie recurre a un tarambana, el vizconde de St. Vicent, con la increíble propuesta, además, de que se case con ella. El vizconde Sebastian es tan peligroso que puede arruinar el buen nombre de cualquier doncella.

Aun así, Evie se presenta en su casa para ofrecerle su mano, a cambio de evitar cualquier relación íntima con él tras la noche de bodas. Evangeline no quiere ser uno más de los corazones rotos que Sebastian desecha sin piedad, lo que significa que el vizconde se verá obligado a esforzarse para seducirla... o quizás a entregar por primera vez su amor a una dama.

Saga Wallflowers - Lisa Kleypas

3- El diablo en invierno
4- Escándalo en primavera 
5- Una navidad inolvidable 





Este es, hasta el momento, el peor libro que he leído de Kleypas. Lamento comenzar así de brusca la reseña, pero tenía que decirlo #sorrynotsorry. Como básicamente fueron solo dos cosas las que "salvan" a este libro, resultará en general una reseña negativa. Pero todo lo expresado en ella es mi opinión, por lo que entiendan que puede no coincidir con la opinión de la mayoría sobre este libro. Y es así: cada lector es un mundo diferente.

Empiezo esta reseña hablando de las expectativas. ¿Tenía expectativas con este libro? La verdad es que si. Pero, sinceramente, las tengo siempre con todo lo que leo, no sé si es bueno o malo pero es así. Siempre espero lo mejor de cada lectura porque espero disfrutar lo que leo, sino no leería. «C'est la vie»... Y si, tenía expectativas porque sé que este es el libro favorito de toda la saga de la mayoría de las lectoras, e incluso el libro favorito en general de muchas o casi todas las lectoras de Kleypas (de hecho la cantidad de comentarios buenos que leí sobre el libro me sorprendieron). Pero en mi caso fue al contrario y en esta reseña explicaré porqué. 

Como quiero explayarme en las razones por las que este libro no me gustó, voy a comentar primero las dos únicas cosas que si me gustaron e hicieron que no resulte una decepción total, aunque casi lo es. En primer lugar, y como destaco siempre en las novelas de Kleypas, la narración. Este es un gran punto a favor en sus libros. Su narración es totalmente fluida y por eso nunca aburre. Te lleva a leer totalmente de corrido y sin parar, logra atrapar en cada capítulo. Solo en este libro me pasó de aburrirme un poquito, por primera vez, pero por todo lo que comentaré luego. 

Por otro lado, la segunda razón por la que este libro no fue una decepción completa es Cam Rohan. Para quienes leen primero la saga Floreros y luego la saga Hathaways, en este libro se encuentran por primera vez con Cam Rohan: un Cam joven y debutante en los libros de Lisa. Para quienes hicieron al revés, como yo, y leyeron primero la saga Hathaways, aquí se reencuentran con Cam (aunque es un viaje al pasado, porque esta historia transcurre antes que su libro de la saga Hathaways). La cuestión es que en esta novela tuve el honor de encontrar a Cam y, aunque es un personaje secundario, fue el soplo de aire fresco que necesitaba para no tirar el libro por la ventana. Cam es un personaje hermoso y, aunque ya estaba enamorada de él, aquí volví a enamorarme. 


Ahora si empiezo a contarles todas las razones por las que este libro no me gustó

Los protagonistas de esta historia son Evangeline Jenner y Sebastian St. Vincent. Para resumirlo sin hacer spoiler: Evangeline, Evie para los amigos, es la más tímida, retraída y, supuestamente inocente, de todas las florero. Mientras que Sebastian, al que conocemos por primera vez en el segundo libro, anterior a este, es el hombre más "calavera" y menos caballeroso que existe. Según se dice: basta pasar menos de un minuto con él para que la reputación de cualquier mujer se arruine. Así son las cosas. La verdad es que la combinación es de lo más interesante: la más tímida e inocente, con el más granuja de todos. Más que tentador. 


A este cóctel, supuestamente explosivo, hay que sumarle cierto suceso que tiene lugar en el segundo libro de la serie Wallflowers y que es llevado a cabo por Sebastian. Algo que en su momento me molestó mucho y me resultó chocante, pero que quizá podía usarse en este libro de manera estratégica para darle juego a la trama y generar otras cosas. Si leyeron el libro dos me entenderán. A raíz de ese evento y de mis expectativas quiero responder una pregunta que me hice a mí misma

¿Qué esperaba como mínimo de este libro? Dados los acontecimientos del libro anterior, esperaba un buen desarrollo en la personalidad de los protagonistas que me permitiera conectar con ellos, entenderlos y, sobre todo, creer su historia de amor. Más que nada, teniendo en cuenta lo que hace Sebastian en el libro dos, me esperaba que Kleypas me presentara en este libro a un hombre que me dejara muda y sin lugar a quejas. Pero no. No tuve nada de eso y encontré cosas que me hicieron revolear los ojos de una manera increíble. Paso a contarles...



Mis problemas con este libro

Lamento si mi sinceridad molesta a alguien pero necesito expresar con detalle mi opinión.

  • Protagonistas vacíos y mal desarrollados + cambios de personalidad inexplicables
Uno de los fallos más grandes que tiene este libro es que no hay ningún tipo de desarrollo en los personajes. Me esperaba un cambio gradual en ellos, una "maduración" lenta, un avance grande pero bien hecho... ¡algo de desarrollo! Pero no hay nada. Kleypas, en mi opinión, no desarrolla para nada la personalidad de los protagonistas. ¿Cambian su personalidad? Si, lo hacen. Pero de un día para el otro. No hay nada de gradual en su cambio. Ella pasa de ser tímida y decidida (se entiende que es así después de la propuesta que le hace a él) a ser una mujer que se deja dominar, que no tiene NADA de carácter ni voluntad propia. Sebastian peor aún. De ser un mujeriego incurable, un vago que nunca trabajó ni se interesó por nada y que solo se ama a sí mismo; pasa a ser totalmente caballeroso de la noche a la mañana, un super emprendedor y negociante que trabaja como nunca (cuando se supone que no tiene idea de nada sobre el tema) y un romántico. 

Sebastian en plan caballero y salvador -.-
Se supone que el cambio es bueno. Pero es bueno y es creíble cuando es gradual. No cuando se da de una página a otra sin desarrollo alguno. No. No me gustó para nada. No me cayó bien ninguno de los dos. Los dos me desquiciaron y los dos me resultaron demasiado huecos y tontos. Ella por dominada y sumisa; él por machista, arrogante y completo interesado por el dinero. Este libro para mi no tiene una historia de amor; sino un mero acuerdo comercial con algo de atracción física. Nada más. 

  • Trama inexistente 
No encontré una verdadera trama en este libro. Pasan algunas cosas, pero el hecho de que casi todo el libro transcurra en el mismo escenario, y de que todo se centre en momentos entre Evangeline y Sebastian que incluyen celos, "escenas de macho alfa", peleas sin sentido y "dramas" sin nada de drama.... resultan en una historia que, al menos a mí, me aburrió y se me hizo larga. En los otros libros de la serie al menos había una variedad de escenas que aportaban algo y le daban juego a la historia. Aquí yo sentí todo muy lineal.

Mi cara casi todo el libro.

  • Un amor no creíble
A raíz de todo lo anterior no me pude creer la "historia de amor". Como dije antes, no la sentí como una historia de amor, sino como una relación solamente física. Incluso ciertas palabras de Sebastian sobre el final del libro me confirmaron que su interés era meramente material. No sentí amor ni verdadero aprecio de él hacia ella. Y por el lado de ella solo sentí una falta de voluntad total y un "no saber ni lo que quiero". Los momentos de intimidad entre los personajes me dejaron fría, cosa que no me suele pasar con Kleypas.



El diablo en invierno, lamentablemente, fue una lectura muy decepcionante para mí. No me gustó en casi ningún aspecto y me desilusionó que Kleypas no aprovechara los elementos que tenía para crear una buena historia. Me quedo con las apariciones de Cam Rohan como lo único interesante del libro y la narración que, en general, logra mantener la atención. 




Puntaje: 1.5/5


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Las Otras Invasiones De Inglaterra (IV)

IV.- 1461. La guerra de las Rosas: Enrique VI contra Eduardo IV
Aunque la guerra de las Rosas se inició en 1455, no resulta posible entender este conflicto dinástico sin los hechos descritos en la entrada anteriorsobre la sucesión de Eduardo III y la deposición de Ricardo II por parte de Enrique Bolinbroke.
La coronación de Enrique IV supuso la subida al trono de los descendientes del tercer hijo de Eduardo III, Juan de Gante. Esta rama es conocida como casa de los Lancaster y siguió gobernando cuando subió al trono Enrique V.
Mientras tanto, la descendencia de su segundo y su cuarto hijos, Leonel de Amberes, duque de Clarence, y Edmundo Langley, duque de York, se había unido en una sola con el matrimonio de dos descendientes de ambos, Anne Mortimer por parte de Clarence y Ricardo de Conisburgh, por parte de York (ver árbol genealógico). Desde 1415 el título de duque de York había pasado al hijo de ambos, Ricardo Plantagenet. Sus partidarios argumentaban que, dado que Ricardo II había muerto sin descendencia y se había extinguido la línea del primer hijo de Eduardo III, la corona debería haber pasado a la línea hereditaria de Leonel de Amberes, su segundo hijo y no a la de su tercer vástago Juan de Gante.
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Tras la prematura muerte de Enrique V en 1422 la jefatura de los Lancaster pasaba de estar representada por el flamante vencedor de Agincourt a manos de su hijo de solo un año, Enrique VI que, con el tiempo se demostró que no estaba a la altura de su padre.
Llegamos así a1453, un año complicado para Inglaterra. En Francia, tras la batalla de Castillon, solo Calais permanecía en manos inglesas. Y en agosto el rey sufrió un extraño ataque que le dejó incapacitado para hablar e incluso para caminar. Los miembros del Consejo Real volvieron sus ojos hacia Ricardo Plantagenet, duque de York. Fue nombrado por el Parlamento Protector y Defensor del Reino y de la Iglesia, aunque dejó claro que lo hacía solo obligado por las circunstancias y por el tiempo estrictamente necesario.
Cuando a finales de 1454 Enrique VI recuperó la cordura deshizo todo lo acordado durante su enfermedad y convocó al duque de York a un consejo en Leicester en abril de 1455 donde se le pediría rendir cuentas de sus acciones como Protector del Reino. No dispuesro a ser juzgado Ricardo reaccionó armándose para defenderse: la guerra de las Rosas estaba servida.
No es objeto de este artículo narrar los múltiples dimes y diretes de este conflicto, sino centrarnos en los episodios durante el mismo en los que la Corona cambió de manos como consecuencia de una invasión desde el continente.
[caption id="attachment_9582" align="alignright" width="300"]86CA7EEB-014C-45AB-ACFB-1E03D9D40B40Ala del castillo de Warwick dedicada a Richard Neville The Kingmaker[/caption]
Ricardo Plantagenet murió en la batalla de Wakefield en diciembre de 1460. Su título y pretensiones al trono pasaron a su hijo mayor, Eduardo, quien consiguió una decisiva victoria en la batalla de Towton en 1461, considerada la más sangrienta librada en suelo inglés. Fue coronado rey de Inglaterra con el nombre de Eduardo IV. Su principal aliado para alcanzar el trono fue Richard Neville, conde de Warwick, al que se llegó a conocer como The Kingmaker. Warwick quería aprovechar que el rey era el soltero más cotizado de Europa para buscar una alianza matrimonial que conviniera a los intereses internacionales del reino y que también le asentara a él como una pieza imprescindible del poder en Inglaterra.
Pero Eduardo IV no se dejaba convencer. Sus crecientes diferencias con Warwick sobre política exterior y dinástica estallaron cuando contrajo matrimonio en secreto con Isabel Woodville, viuda de un noble partidario de los Lancaster. Este matrimonio hizo trizas las negociaciones de Warwick para un enlace matrimonial estratégicamente esencial para Inglaterra. Además, la nueva reina pertenecía a una amplia familia a la que poco a poco fue colocando en puestos decisivos del Gobierno y concertando para ellos ventajosos matrimonios, desplazando así a otras familias antiguas de la nobleza y minando la influencia del conde de Warwick. Para terminar de romper la relación entre el rey y el que había sido su principal valedor, mientras Warwick buscaba una alianza con Francia, la familia de Isabel Woodville tenía importantes relaciones familiares con Borgoña, con quien Eduardo IV suscribió un acuerdo comercial que se plasmó también en la boda de su hermana con el duque de Borgoña.
La reacción de Warwick fue dar la espalda a Eduardo IV y aliarse con el díscolo hermano del rey, Jorge, duque de Clarence (al que concedió la mano de su hija) y el partido de los Lancaster.
En el verano de 1469 estalló en el norte del país una rebelión popular cuyo líder se hacía llamar Robin de Redesdale, aunque se sospecha que detrás de este alias se encontraba sir John Conyers, primo del conde de Warwick. Este emitió una proclama desde Calais, donde se encontraba, declarando que por el bien del reino se sumaba a esta rebelión contra los malos consejeros del rey.
Warwick desembarcó en Inglaterra y se puso al mando de un considerable ejército. Derrotaron al monarca en la batalla de Edgecote en 1469 y llegaron a hacerle prisionero en el castillo de Warwick. Se produjo una paralización de la situación política, porque Warwick no estaba en condiciones de gobernar con Eduardo IV preso en su castillo y el consejo real en su contra. Eduardo fue liberado entre protestas de amistad con Warwick y su hermano y la solicitud del perdón real por parte de estos. Pero poco después ambos trataron de organizar otra rebelión con resultados desastrosos y se vieron obligados a huir a Francia.
Sin embargo, el conde de Warwick no se rindió. Con ayuda del rey de Francia hizo las paces y se alió con la esposa de Enrique VI, Margarita de Anjou. En septiembre de 1470 desembarcaron en Devon y avanzaron rápidamente hacia el oeste, ganando adeptos a medida que lo hacían. Eduardo, perdido Londres, empobrecido y sin apoyos se vio obligado a huir a Holanda y de allí a Borgoña, donde se probó la utilidad de haber concertado el matrimonio de su hermana con el duque de la región. El partido de Warwick y Lancaster volvió a instalar en el trono a Enrique VI, aunque era The Kingmakerquien gobernaba.
Pero la historia tampoco acabó aquí. Eduardo IV retornó del exilio con el apoyo financiero del duque de Borgoña. Clarence abandonó a Warwick y retornó junto a su hermano. El 14 de abril de 1471, Eduardo se enfrentó y derrotó en Barnet a Richard Neville, que falleció en la batalla. Después se dispuso a hacer frente a Margarita de Anjou y su hijo Eduardo, que habían desembarcado en Inglaterra sin conocer la muerte de Warwick. Los dos ejércitos se encontraron en Tewkesbury el 4 de mayo de 1471. Eduardo IV resultó vencedor y el príncipe de Gales fue ejecutado. Sólo diez días después Enrique VI falleció, muy probablemente asesinado, en la Torre de Londres.
[caption id="attachment_6313" align="alignnone" width="1936"]img_1779Abadía de Tewkwesbury[/caption]
Tampoco este sería el final de la guerra de las Rosas... como veremos en la siguiente y última entrada sobre las otras invasiones de Inglaterra.
Fuente| Daniel Fernández de Lis: Los Plantagenet
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